jueves, 23 de abril de 2009

SIRENITAS ¿SI O NO?.


En la obra “La Odisea” de Homero se cuenta que para protegerse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. Pero, Ulises, se salvó de una muerte segura.

Ya desde la antiguedad se referían a las sirenas como seres extraños, generalmente mujeres encantadoras y bellas que habitan en las aguas de ríos, lagos, mares y océanos; poseedoras de una morfología hibrida, con un cuerpo de forma humana de la cintura para arriba y de un pez de la cintura para abajo.

Según la mitología griega, las sirenas eran hijas del dios marino Forcis, nacieron con cabeza y rostro de mujer, tenían cuerpo de ave y estaban dotadas de una maravillosa y seductora voz. Se les describe asomándose a la superficie del agua, o sentadas en una roca, peinándose el largo y rubio cabello, como seres inalcanzables, hermosos.

Sin embargo, otra versión que se conoce es completamente contradictoria: eran criaturas terribles, adivinaban el futuro, otorgaban poderes sobrenaturales a las personas, con sus cantos hacían que los hombres se enamoraran de ellas y los arrastraban al fondo del mar para devorarlos o transformarlos en sus amantes bajo el agua.

La leyenda de las sirenas se inició probablemente en los relatos de los marineros que tomaron como tales a mamíferos marinos, como manatíes, vacas marinas y focas. En la civilización occidental, se continuaron registrando reportes de su presencia hasta el siglo XVIII, cuando el racionalismo empezó a echar abajo la superstición y la fantasía.

El mito de las sirenas ha ocupado el imaginario humano durante siglos en todas partes del mundo, siendo muchos los eruditos que dan cuenta de estos seres; calificándolos en algunos casos como reales y en otras como leyendas que son útiles para narraciones en noches de tertulia.



Para mi sirenita.

1 comentario:

Cati dijo...

Gracias, Ulises mío, no te tapes nunca los oídos. TK